Quizás el primer amor no debería regresar nunca. Aquellas sensaciones, aquellas imágenes, aquel fuego interior, deberían seguir guardados en el cajón de la memoria.
El momento de ese amor, seguramente ocurrió por una confluencia de factores, y por más que lo intentes jamás volverá a ser igual. Si quisiéramos sacar aquella historia de aquél cajón, probablemente perdería su encanto y su grandeza.
En la Laboral de Sevilla
Sí, es verdad. Todos los días la esperaba a la salida del colegio; enfrente, con mis 17 años y un cigarrillo “bisonte” entre los labios le daba a entender que no había en el mundo otra persona para ella que no fuese yo.
Estaba seguro de que con esto ya estaba casi todo el camino recorrido para su rendición incondicional. Corrían los años 60 y en Granada una noche si y otra también se veían las tunas universitarias por doquier, cada Facultad tenia la suya y ahora yo también tenía mi grupo y aparecieron mis primeros boleros: “Mujer, si puedes tu con Dios hablar. “Reloj no marques las horas…” Sería ella la primera en escuchar “mis” boleros desde su balcón.
Con la Tuna y la Alhambra
La juventud granadina tenía que ingeniárselas. No corrían buenos tiempos para nadie, cuando inesperadamente, de la noche a la mañana, comenzaron a verse turistas en número insospechado por Granada. De inmediato caímos en la cuenta de que esta ciudad era decadencia pura y dura y ellas (me refiero a ellas) traían la modernidad y otros aires nuevos. A pesar de que nos habíamos educado, algunos, con los Jesuitas, en Los Estanislaos, o sea, que nos sentíamos algo más “progres”, la verdad era que aquellas turistas, sobre todo las francesas, nos dejaban con la boca abierta por la libertad y desparpajo con que se expresaban. Surgió entonces lo inevitable: “el Sindicato del Ligue”. Tenía su lugar de reunión en “Chez Elías” por el barrio de San Agustín, donde se ensayaban aquellos boleros inolvidables. Canciones que luego cantaríamos bien en serenata programada o a los grupos de extranjeras que venían. Tenía el sindicato, incluso, su proclama cantada: “Los ligones de Graná son una cosa muy seria. No hay gachí que venga acá y no pase por la piedra. Si a la Alhambra te vas o pasas a la Alcaicería, empieza el ligón a hablar, hasta que pica la tía….”. La música de esta “proclama” era la de “Clavelitos”, con lo que todo el mundo la aprendió en un santiamén. Naturalmente, se acababa en la Chumbera, lugar éste irresistible para aquellas rubias “libertarias”, para las que un beso o un apretujón eran algo tan normal. No así para nosotros que la normalidad consistía en bajar la cuesta del Chapiz maltrechos y bien doloridos (sálvese la parte corporal dolorida)…
En Granada, de noche, siempre hacía frío, pero no importaba, nos abrigábamos aunque solo fuese con ese manto de estrellas que lo envolvía todo. Granada tuvo la culpa, ya teníamos turistas extranjeras y, como el que no quiere la cosa, empezaron a proliferar las residencias estudiantiles femeninas. Ya había rivalidad y éstas no esperaban para que noche tras noche los boleros se expandieran por el aire como lo hace la bruma del amanecer. Buscábamos nuevas canciones y nos pasábamos las letras con los otros grupos musicales. Había camaradería aunque no exenta de cierta competencia a decir verdad. Por cierto que era Agustín Lara el que no paraba de parir boleros y que todos nos disputábamos para cantarlo primero.
Emoción incontrolada de Agustín Lara ante el Alcalde de Granada
Hacía ya tiempo (1932) que Agustín Lara había compuesto la canción “Granada” con la que solo se atrevían los barítonos y tenores que la tuna exhibía, pues los había y bastante buenos. Era justo y necesario cantarle a Granada y nosotros nos conformábamos con aquella “¡Ay mi Granada!, pasodoble-pasacalle que había compuesto un vecino mío del barrio que se llama (aun vive aunque ya muy mayor) Fernando Lastra y que decía “Al pié de Sierra Nevada, al pié del viejo Albaicín se halla sentada Granada con su belleza sin fin…...”. Canción que divulgó por los cuatro vientos nuestro querido y entrañable Paquito Rodríguez.
Agustín Lara llegó a Granada el 15 de Junio de 1964 y fue agasajado por las autoridades, como no podía ser de otra forma; de ahí sus lágrimas al oír las palabras del alcalde, en aquel entonces Sr. Sola, luego de recoger un pequeño cofre de taracea que contenía tierra de la vega de Granada, por aquello de “Granada tierra soñada por mi…”
Velada de boleros en Ofecum
Si en La Habana o en México DF. se alquilaban las peñas musicales con sus bardos o mariachis correspondientes para rondar a las “señoritas” ya comprometidas o de inmediato, o expectativo compromiso, no es menos cierto que Granada no se quedaba a la zaga en esa proliferación de rondas tanto de la tuna como de otros grupos (tríos, cuartetos, etc.) entre los que yo me encontraba, y que salían simplemente por la carga de romanticismo y bohemia que todo ello comportaba y que quizás, gracias a alguno de aquellos boleros más de uno/una encontró su “destino”.
El cantor, su guitarra y su público: Tríada perfecta
Granada era el Barroco en el arte y también en lo romántico. Una serenata en Plaza Nueva o en el Campo del Príncipe, o en alguna calleja como podía ser la calle Santa Paula (también tenia su residencia femenina). El silencio, la luna llena y las risas propias de la juventud eran elementos más que suficientes para aseverar lo subrayado. Hay que decir que, alguna vez, nos echaron. Había que trabajar y levantarse temprano y nos increpaban, pero también es cierto que otras noches, sobre todo en primavera, esa primavera que en Granada apenas dura unos días, pero incomparable en hermosura, se llenaban los balcones aledaños al de la niña a la que se le rondaba y aplaudían a pesar de que ya eran cerca de los dos de la madrugada. Tengo que confesar que si hacíamos algunas rondas extras era porque en aquella época como es normal, no teníamos ni un duro y cuando se terminaba la serenata, siempre nos echaban algún paquetillo de tabaco que otro e incluso, a veces, alguna botella que otra…
Vivir Granada en aquellos momentos era vivir el cielo: los olores a jazmín de algunos barrios como los “Hotelitos de Belén” o Figares, el frescor y el aire limpio de la ciudad por la que circulaban pocos vehículos todavía, unido a la debilidad de las luces del alumbrado público, hacían de Granada la ciudad encantada.
Ya se ha comentado que eran tiempos difíciles, y aunque el turismo iba cambiando poco a poco la situación, culturalmente Granada era bastante arcaica. A decir verdad, solo existía el Centro Artístico y también se veía venir ya su decadencia. Sólo, como no podía ser de otra forma, en la universidad algo se movía y cómo no, mirando siempre al norte. Ya sabíamos de la existencia de Serrat o Lluis Llach. Aquí no había “nueva canción” y la radio solo ponía los viejos cuples de siempre de Rafael de León y López Quiroga o bien, al Dúo Dinámico. En 1967 comienza a emitirse por Radio Popular de Granada un programa dirigido por Juan de Loxa y que se llamó “Poesía-70”; dos años más tarde nacería el “Manifiesto de la Canción del Sur”. Se están dando los primeros pasos, desde el punto de vista universitario, para lo que luego sería la Andalucía autónoma. Formaban parte de aquel grupo Carlos Cano, Enrique Moratalla, Raúl Alcover, Antonio Mata… más.
En una de aquellas noches de ronda, coincidimos con otro grupo en el que cantaba Carlos Cano. Creo que era la calle Puentezuelas o aledaños, no estoy muy seguro, pero sí que nos paramos en seco y entre murmullos, sentimos envidia sana por los cojones que echaban, pues por aquellos tiempos tenias que andar con cuidado pues “los grises” podían presentarse en cualquier momento y entonces tocaba correr.
Termino como empezaba: “El primer amor no debería regresar nunca”. Afortunadamente esos boleros hacen que los amores y desamores permanezcan guardados en la memoria del corazón… Si es que el corazón tiene memoria. Si has vivido la Granada de aquellos años, yo creo que el corazón, irremediablemente, sí que tiene memoria.
JUAN GÓMEZ